Sexo, Instinto y Evolucion Social

Primero que todo el espíritu ni tiene sexo ni experimenta deseo sexual, el espíritu como individualidad consciente e inteligente solo experimenta estados de armonía (o desarmonía dependiente de su condición individual) respecto a otros espíritus.

¿Cuándo y por que nace el sexo?

La encarnación, es decir, la unión de elementos espirituales a estructuras materiales existe casi desde el origen del universo. Existe encarnación porque existen estructuras materiales ávidas de atraer y retener un componente espiritual. Así, podríamos decir que prácticamente toda la materia está impregnada de un componente espiritual que la hace sensible a las manifestaciones inteligentes de espíritus libres o encarnados. De ahí los extraños resultados de los cristales de agua frente al pensamiento humano, el efecto del fluido sobre el agua, la respuesta diferencial de las plantas de acuerdo con quien las cuida, etc.

La materia existe porque existen Partículas Espirituales muy reducidas en tamaño y atrasadas. Pero a pesar de su atraso no pudieron permanecer ajenas al efecto de la ley universal de la evolución que promueve el progreso de todo lo que existe. Ese progreso llevó la materia a formar estructuras de complejidad creciente hasta la aparición de los organismos multicelulares. Estos organismos (y ya antes en las primeras células procariotas) encontraron en la duplicación y recombinación del material genético una ventaja evolutiva para crear variabilidad y adaptación al cambiante ambiente natural. Ese fenómeno ya es considerado reproducción sexual.

Con el aumento de complejidad de las especies multicelulares aparece también la división sexual con la aparición de machos y hembras. Esto provee una forma eficiente de recombinar genes creando variabilidad que ayuda a perpetuar la especie y por supuesto a la supervivencia de los genes, verdaderos dueños y dominadores de la vida en la tierra.
De ahí en adelante el sexo se convierte en una estrategia más de los genes para dominar y perpetuarse. El sexo queda entonces inscrito como un componente instintivo poderoso junto a otros instintos fundamentales como el comer, dormir, defecar, etc. Todos fundamentales para garantizar la supervivencia del individuo portador de los genes. Los animales no piensan en sexo, solo siguen su instinto. Están programados para responder sexualmente cuando las condiciones se dan, y esto por lo general ocurre es cuando la hembra esta lista para reproducirse. Surgen variantes como el comportamiento del león cuando vence al macho dominante de su manada y luego asesina a todas las crías del líder derrotado con la intención de que las hembras-madres vuelvan a entrar en celo y así poder crear su propia descendencia. Todo esto es natural, es decir, el resultado de la estrategia egoísta que los genes (o mejor dicho las Partículas Espirituales de los Genes) han establecido e impuesto en la vida física. Y para asegurarse que siempre vamos a querer hacer aquello que instintivamente es importante para su propósito, introdujeron la recompensa cerebral a través del placer. Por eso experimentamos placer con el sexo, con la comida, cuando dormimos etc.

Encarnación del Espíritu Unidad

Cuando aparece el espíritu unidad surge un nuevo escenario. Inicialmente, los primeros individuos simioides animados por unidades espirituales respondían completamente al instinto, pero en la medida que las decisiones inteligentes del espíritu encarnado aportaban ventaja selectiva, se fue abriendo el camino para que el espíritu fuera cada vez más y más consciente de si mismo mientras estaba encarnado en su cuerpo.
Este despertar del espíritu lo llevó poco a poco a racionalizar sus instintos, reprimiéndolos primero y luego modificándolos para adaptarlos a los complejos cambios de vivir en comunidades de individuos cada vez más numerosas. Ahí es donde el sexo como instinto adquiere la complejidad de matices que tiene en todas las culturas. Así, el instinto sexual primitivo nos empuja a tener sexo con cuanta mujer sea posible para aumentar el número de copias de descendientes, pero la necesidad de vivir en comunidades armónicas nos obliga a controlar ese instinto y buscar la monogamia. Es una lucha constante entre lo puramente instintivo y lo racionalmente conveniente.

¿Qué pasa a la postre? Que en las sociedades tenemos todas las variantes de cualquier carácter genético, desde individuos completamente asexuales en su práctica sexual hasta otros totalmente absorbidos por la necesidad sexual instintiva. Pero la ventaja selectiva la siguen teniendo las sociedades más armoniosas, integradas por individuos capaces de someterse voluntariamente a las nuevas reglas en cuanto a la práctica de todos los instintos y así es como establecemos los códigos morales: hacer el bien, ser monógamos, ser responsables, pensar en si mismo pero también en los demás, etc.
Las religiones como desarrolladoras de los primeros códigos de supervivencia social supieron reconocer el problema y mientras unas lo aceptaron estableciendo como norma la poligamia, otras abordaron el problema de forma contraria condenando la poligamia y forzando la monogamia. Todas ellas valiéndose de preceptos divinos, es decir, condicionamientos religiosos, para forzar a sus miembros a cumplir con el código. El problema es que los muchos líderes religiosos también notaron que por la misma vía podían imponer otras ideas y sacar provecho personal y eventualmente las religiones se convirtieron en focos de seres fanatizados incapaces de racionalizar las órdenes de sus líderes.

Cuando las religiones convierten el instinto, como el sexual, en tabú, al mismo tiempo le quitan la posibilidad de ser abiertamente discutido y racionalizado en las comunidades de seres. Esto abre las puertas a la hipocresía en la cual se predica una cosa para estar conforme con los códigos religiosos, pero se practica otra en la clandestinidad de la vida privada. Esto crea una barrera sicológica que afecta al núcleo fundamental de la sociedad, la familia, donde los padres sienten vergüenza de hablarles a sus hijos de sexualidad, y los hijos terminan aprendiendo de sexo en la calle con la consabida desorientación.

Así, el adolescente desorientado sicológicamente y poderosamente influenciado por los cambios hormonales que lo llaman a la práctica sexual, termina encontrando en la masturbación un medio para liberar la tremenda presión de lo que no entiende ni sabe cómo controlar.

El principio es simple, lo que no comienza no necesita ser terminado. Pero una vez el deseo sexual se detona en el cerebro, la cascada de hormonas hace casi imposible para el individuo reprimir su ejecución y si lo hace es a un alto costo sicológico y anímico. Por eso la masturbación, porque le sale más barato sicológica y anímicamente hacerlo que reprimirla.

El sexo es fundamental para la subsistencia de las especies, incluida la humana. Pero a medida que la evolución avance, el sexo como todos los instintos se irán desvaneciendo, su mecanismo se irá perdiendo y especies como la humana terminaran dependiendo completamente de medios tecnológicos para su propia reproducción. Es el precio de la evolución físico-espiritual.

Author: ISRSP

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